La leyenda cuenta que «el espiritu de Álvaro de Luna convertido en águila blanca regresa cada tarde de primavera para dominar, desde la torre del castillo, los baldíos de Alburquerque», por lo que cojemos como espacio para la escenografía el propio patio de armas del castillo de Alburquerque. Jugaremos con luces y sombras para ambientar el escenario, y con uno de los focos proyectaremos un águila blanca de madera de grandes dimensiones, que servirá para arroyar sombra sobre la torre del homenaje durante la duración de la obra, y para ser la escultura-icono de ésta.